Había una vez un monstruo que atormentaba a una chica, era quizás el primer
cuento de hadas en el que la princesa no podía ser salvada, aquella niña que entre
paredes fue criada por los párrafos de la Bella durmiente, la cual fue siempre
su princesa favorita, se identificó tanto con ella que aquella somnolencia era
la única forma de callar al monstruo o al menos así se intentó proteger esa doncella
de las garras de esa bestia feroz.
Con los años se dio cuenta que estaba rodeada por esos mounstros a diestra
y siniestra, esos monstruos eran silenciosos para los demás, así tal cual como
para los demás ella era un mar en calma, un lugar seguro, pero ese silencio la
atormentaba, la lastimaba, el monstruos en su cabeza era más peligroso que los
de las calles, sí, más que esos que le hablan y la tocaban al azar con la
mirada, esos que la analizaban y le desnudaban con los ojos, ¡esos!, esos no
eran tan peligrosos porque el que estaban en su cabeza le aplaudía su soledad, su
silencio y le otorgaba los métodos para autodestruirse, así que sí, en efecto, estaba
rodeada.
Quería encontrar el punto en que el monstruo la invadió, no podía más, sus
sonrisas, sus palabras y acciones surgían por inercia, vivía con una extraña en
su mente. El amor de mi vida se perdió con los años –decía- las sonrisas que di
y me sirvieron a los 16 se perdieron a mis 17, quizás en ese momento el monstruo
tocó a su puerta y sin darse cuenta le dio paso a su morada.
No era normal que aquella niña con su juventud a flor de piel y sus ataques
de energía se sintiera así, ella era inteligente, disciplinada, alegre y feliz,
¿qué había pasado?, la lejanía y los kilómetros entre sus yo crecía más y más
con el tiempo, la persona que más extrañaba era sí misma y entre nueve letras y
una tilde que conformaban su nombre se escondía quien verdaderamente era, así
que para empezar decidió que debía hablarlo, sacar ese vestigio de su cabeza y
encontrarse de nuevo con el amor de su vida, pero ¿con quién debía hablar?,
Entre sus lágrimas y pensamientos empezó a perderse en un camino sin vuelta
atrás, hasta que un día el monstruo fue más ruidosos, más duro con ella, hasta
que se encontró en la línea final y gritó, gritó de desesperación, de miedo, de
angustia, por la tristeza que sintió durante años, del cansancio que sentía al
despertar, gritó hasta quedarse sin voz y desplomarse en el suelo, solo hasta
ese momento logró descubrir que su condena a 100 años de soledad había
terminado, los años se habían ido junto a las notas de su voz y quizás, quizás
por fin el Carpe Diem se apoderaría de su ser tal como lo hizo el higuerillo
con el patio de su casa, justo ahí recordó el árbol de flor de papel que había camino
a su casa cuando era niña, sintió unas amargas ganas de volver a su hogar, pero
ya era muy tarde, el monstruo lo había logrado y tal como en el invierno, las
flores de papel volaron junto al alma de aquella princesa.
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