La
incertidumbre nubla su mente, el sueño se disuelve en una espesa neblina de
preguntas sin respuestas, aumentan los latidos de su corazón y ahora le cuesta
cada vez más respirar. Fija su mirada al techo de la habitación
oscura. -Ya pasará, debe ser la ansiedad- repite la voz en su cabeza. Al fondo, tras la ventana y junto al
patio, se escucha sonar una alarma, se enciende la luz vecina y minutos después
se escucha el sonido del agua pasar por las tuberías de un Manrique olvidado.
Son de nuevo las cinco de la mañana.
Al
oriente, en esa larga y casi infinita banda nororiental, llena de montañas y
caseríos, nace un sol radiante, un sol que poco a poco inunda de luz los
pasillos de la casa, pero de esperanza su corazón. En la cocina la abuela
prepara el desayuno, en el baño es ahora donde la mirada se pierde entre los
azulejos y el agua fría. La mente no para, la voz no se calla y la mesa está
servida. En la sala la música suena, Carlos Gardel interpreta volver, y en la
calle gritan –Aguacate, aguacate– los vendedores ambulantes al pasar. La
pregunta diaria reaparece a eso del mediodía. – ¿Qué hacemos de almuerzo
hoy? – cualquier cosa responde.
La
habitación del fondo, la del lado donde el sol se pierde, tiene dos ventanas;
una abre hacia afuera y la otra abre internet. En una esquina del patio hay un
bulto de tierra, por un instante crece en él una necesidad intrínseca de volver
a la naturaleza y escapar del encierro, pero ante la imposibilidad de salir,
entiende que la salida es hacia adentro. Busca tener plantas en las
habitaciones, el balcón e incluso el baño; busca el sol en la mañana, el viento
y el naranja horizonte en la tarde. La casa es ahora un jardín, es sin duda
alguna su vía de escape. La neblina de su mente parece más clara y menos
turbia, se desvanece, y esa voz frecuente tiende cada vez más a desaparecer,
pues de tanto mirar, ahora no sabe qué mirar; antes tenía en que pensar, ahora,
hace tiempo que no piensa en nada.
La casa,
que antes era su refugio opcional, es ahora el único lugar seguro en el que
puede estar, la voz en su cabeza nunca la va a callar y sus preguntas, por
ahora, no solucionar, pero el sol sigue naciendo en el oriente y el jardín
sigue creciendo. […] son de nuevo las cinco de la mañana.
Este relato nos transporta a los días llenos de incertidumbre que vivíamos en cuarentena. Leer este cuento tan lleno de ingeniosas introspecciones nos hace poner en perspectiva la "normalidad" del entonces y la del ahora. ¡Gran cuento!
ResponderEliminarLa cotidianidad del adentro en unas temporalidades a las que no estábamos acostumbrados nos encierra en nuestros propios seres, muchos nos perdimos en nosotros mismos y aún hoy, post pandemia, no hemos podido encontrar la salida, los sentimientos que florecieron en esa época de incertidumbre se ven plasmados en este hermoso escrito.
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