Había llegado ella a un punto decisivo en su vida y aunque era ya un hecho
su destino aún se preguntaba ¿cómo empezar agradecer aquel lugar por todo lo
que había hecho por ella? Había llenado su vida de enseñanzas, felicidad, amor,
fuerza, independencia, responsabilidad, confianza y crecimiento. Aquel lugar se
había vuelto su segundo hogar, la había acogido entre sus cálidos brazos con su
clima, le mostró una vista diferente de ciudad, le llenó los ojos de hermosos
paisajes, le enseñó el mundo de mil formas distintas y la impulsó en su vuelo
como nunca antes ella había pensado que lo habría podido hacer.
Su gente le había enseñado lo lindo que es convivir entre personas cálidas,
trabajadoras, amables, serviciales y siempre prestas ayudar; y aunque había aprendido
mucho, era el momento de una despedida. Había llegado con una maleta llena de
sueños y ahora partía con el corazón repleto de aprendizajes, de nuevos
horizontes, consciente de diferentes realidades y más cerca de quien quería
llegar a ser. Recordaría el lugar con el más hermoso sentimiento atesorándolo
en lo profundo de su ser, sabía que sonreiría al recordar las noches de bailoteo
incesante, los recorridos con sus amigos por las calles de aquella ciudad, la
dicha de una buena comida y lo cálido de sus lugares aledaños al caminar.
No era un adiós, era un hasta pronto sabía que aunque en ese momento su
vida tomaba un rumbo diferente, volvería. Llevaría en su alma aquella ciudad,
cada persona que había llegado e impulsado su crecimiento, aquellos que fueron
instantes y aquellos con quienes había construido lazos tan fuertes que ni la
distancia podría cortar. Y así, sin más, terminó ella su caminar por la
maravillosa ciudad sabiendo que un día regresaría a la ciudad que la vio
brillar.
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