“Cuando cada paraguante establece su altura como la altura estándar”.
Era un altísimo tronco donde solía sentarse con su traje de florecitas; allí jugaba con las nubes blancas; las grises no le gustaban, la asustaban con el atronador vicio de chocar e iluminar el espacio; por fortuna casi siempre estaban debajo.
Tenía por ojos un par de gotas cristalinas que chispeaban con las caricias del sol. En la noche dormía sobre una nube mientras sus ojos se iban de gotas a jugar con sus pares.
Movidas por la curiosidad de viajar, dejaron su misión de ojos, rasgaron un fino trozo de corteza del árbol, lo unieron como el puente de unas gafas y se dieron a la fuga un día cuando las nubes grises poblaban el espacio.
Advertidas del pavor que provoca la caída y la deformación de su naturaleza esférica para padecer una especie de barriga inferior, pudieron superar con solvencia el drama de la precipitación. Escaparon a una ventisca y se colaron en un apacible viento, desde donde fascinadas, observaron un frenético movimiento de círculos de infinitos colores que chocaban, se ocultaban y aparecían de nuevo para volverse a perder… ¡Que encanto! -comentaban- esa riada de colores amerita el descenso.
El golpe no fue fuerte; cayeron sobre un círculo liso de color violeta en cuyo centro había una especie de antena pequeña; de allí al pavimento que por ser más duro salpicaron, pero se pudieron recomponer. Quienes se desplazaban debajo de los tales círculos que paraban el agua, porque debajo no se mojaban, corrían con presteza, las pisoteaban, corrían... ¡Claro! necesitan para-aguas, paraguas… al parecer aquí las gotas no son bienvenidas.
¡Que barullo! Regaños, gritos, lloros… Levante ese paraguas enano…¡Papá, me despeinó¡ Camine bien hijueputa… Aaayyy me pisó… Corra hijita, corra; decía una mamá dando zancadas con sus piernas de noventa centímetros a su chiquilla cuyas piernas solo medían cuarenta; ¡Vea, casi me saca un ojo! Me mojó este malparido… Grrr, grrr… gruñidos, gruñidos...
Salió un sol tímido y con él las gotas en versión gafas
vencieron el aplastamiento sufrido contra el pavimento; ascendieron...
-¡Caramba! cada andante tiene una estatura y lleva el paraguas a
su medida, sin tener en cuenta otras alturas, comentó una.
-Siii… ni velocidades; como la mamá piernilarga con la niña piernicorta... Estaturas, velocidades y tiempos en colisión ¡que guachafita!
Amainaba la lluvia y el sol hacía lo suyo, calentar. Entre miles de gotas que ascendían, las gafas curiosas se dejaban llevar por la energía de luz que las ubicaría de nuevo en las órbitas abandonadas de quien solía sentarse, con su traje de florecitas en el tronco altísimo.
Al tiempo y repuestas del trajín, vieron como se formaban densos
algodones grises, válido sustantivo, pues habían probado el áspero y duro
pavimento. ¡Kraaaaak! ¡kraakaboom! ¡broooom! exclamaban los truenos iluminando
los confines del firmamento; era el lenguaje del agua que ellas sabían
comprender.
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