Paseando solitario a paso lento, lamentándose por las manos de
sevicia que guiaron sus bases arremetidas por su peso a un sopeso de túbulos
fugaces. Por descuido del tiempo ahora moribundo de gorra plana, en el sendero
deja clavada su mirada como símbolo de socorro, a media sonrisa se desliza con
sarcasmo de sus actos, un oriundo de las manos de la brisa.
-Todo tiempo pasado fue mejor, tanto que iguala las ilusiones y
los sueños. El cristal de mis cuencas se derrite viendo que se reemplazó el
país por el pueblo, y hoy el pueblo flaquea ante el grupo de los cientos. Pero
yo genocida muerto para el elenco y vivo para mis adentros. ¿Qué de malo tiene
eso? - A tono burlón lo interrumpe una voz, que simula el corazón.
-Mira a tu alrededor y respóndete. Ya no yace la nube que acolcha
tu entrecejo, ni las miradas de ébano o las risas de bastión. Ya no hay
ventanas cual barrotes hacia el sol. Ya no hay esquinas de claveles hacia tu
dirección. ¿Acaso quieres morir de inanición?
-No lo niego, pero no muy a menudo. Solo no lo menciono por
precaución. Puede que me acabe más temprano de lo que amaneció. Deja descansar
esa inquietud al aluvión. La encierro lejos de mi alcoba por si los párpados
barren su esclerótica y así al menos tenga tiempo de despedirme de la aurora o
de luego poder abrazar su coincidencia estrambótica. - Frena su apreciación,
percatándose de que lo juzga la coalición.
-Ho no, los murmullos palpan mi razón. No debí exponerte corazón,
común condición carente de aprobación, has crecido tanto que a mi lado solo hay
huellas con cara de socavón.
-A veces quisiera asfixiarte cuando ignoras el espejo, pero
recuerdo que al exterior eres mi catalejo. No me importa si eres nuevo. ¿Qué de
nuevo tiene que te miren con desdén? ¿Qué hay de nuevo en las caras de sepelio?
-Que ahora su zumbido no cesa. En el colchón o en la acera, como
si siempre estuviere alerta. Ha dado paso a mis ojeras desde el ombligo hasta
las cuencas y me he dado incontables estirones de orejas. Las damas me
describen como un ángel caído, el cuál reemplaza cachos por antenas. Cada
suspiro me envenena y proliferan las melenas.
-¿Cuántos abrazos te has dado, desde que tiraste los dados?
-¿Por qué preguntas asombrado? ¿acaso no son suficientes?
-Por el contrario, son tantos que exceden tu vientre. ¿Acaso los
piensas tener por siempre?
-Solo añoras mi vertiente y el acervo de mi gabinete.
-¡No seas negligente! Están a simple vista. No me niegues, como
negaste tu ambiente. ¡Basta de buscar tu ombligo, serpiente! A falta de un par
para acogerte, ahora tienes poco más de cincuenta y siete. Sólo la alta mar de
las estrellas puede verte sin salir macilenta a su suerte. Al menos muda de
piel con el sol.
-Para ojos sabios la luz ya terminó.
-En eso tienes razón, pero engendraste piernas para todo tropezón.
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