El sonido de la primera campanada recorrió en un instante la plazoleta,
dando por concluida la presentación en la que me hallaba inmerso. Todo fue
caos, solo distinguía forma y figuras entre oscuros y claros que corrían ante
mi vista, como reflejos presurosos en el ir y venir del agua.
La segunda campanada me dejó caer en un torbellino finito sobre el áspero y
rugoso suelo, un sentimiento de angustia recorría mis venas a toda velocidad,
acumulándose en mi mente y oscureciendo mi vista.
Tercera campanada, ¿me había vuelto loco?, jugaba conmigo la realidad o yo
jugaba con ella. Este sonido, sin lugar de origen, interrumpía lo que parecía
una discusión, entre mi yo extraído de su materialidad y otros personajes
difíciles de describir, pues infringían el límite entre lo humano, lo grotesco
y lo monstruoso.
Una cuarta campanada me sobresaltó en mi frenética carrera, con una unica
sensación, escapar. Era, como si una fiera mitológica corriera tras de mí, pero
entre estúpido e irónico ningún sentido la percibía, solo sabía que debía huir.
Un instante antes de ser devorado, levantaba
mi cabeza de la escurridiza almohada, el sonido de la alarma era la nueva
tortura. Así transcurrió mi rutinario día, con la cómica sospecha de que en
cualquier momento sonaría la campana y caería de nuevo en el infinito de las
realidades y en el universo de las posibilidades.
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