Tengo una enfermedad terminal. Desde entonces decidí escribir poesía, pero no es asunto mayor tal elección, la poesía me parece tan enferma como yo, ¿Usted qué piensa doctor?
Recuerdo cuando me hablaba de la posibilidad de extraer el tumor cerebral completamente mediante una cirugía, que el grado del tumor no era alto, que tenía el privilegio de acceder a un examen de imágenes por resonancia magnética. Es de su conocimiento que yo no tenía ninguna intención de frecuentar estos lugares, pero ya sabe usted que negarme a las exigencias de mi madre es tanto o más peligroso que una enfermedad de estas.
Lo único hasta ahora que usted ha podido hacer por mí, es retrasar el crecimiento del cáncer. Confieso que los verdaderos cuidados paliativos los he encontrado en el regazo de la poesía, en ella hallé la peor fortuna, que es salvaje y cruel al mismo tiempo, sutil como el aliento de las flores frescas en clima templado y minúscula como el vínculo entre el despiadado dolor que me asiste y el acto irrisorio de venir a sus controles.
Tengo una
enfermedad terminal, que no termina conmigo. Asalta mi cuerpo todas las mañanas
con un dolor punzante, a veces es una métrica, otras veces es toda una estrofa.
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