Desde cuando fui consciente de su existencia, me alejé de ella tanto como fuese posible. Al inicio me resultó fácil; por momentos me daba el lujo de olvidarla, pero con el tiempo la huida resultaba cada vez más desafiante y las circunstancias donde la sentía al acecho, se hicieron más reiterativas de lo que hubiera querido. Un día me encontré sentada a su lado, no sé cómo sucedió, pero me dio la oportunidad de ir conociéndola mejor ...comprobé que era cruel, fría y me irritaba la nitidez de mi reflejo en ella. Aun así, me sorprendí al ver que también me daba libertad, tranquilidad y hasta era buena maestra. Me enseñó el valor de la presencia y de la ausencia de las personas, así como la dimensión sin límites del amor de aquellos que con la frescura y suavidad de lo auténtico me lo han brindado sin pedir nada a cambio.
Ya no me inquieta tanto su presencia, pues
comprendí que es necesario darle un espacio en nuestra vida. Hubiera querido
dar más detalles de nuestro primer encuentro, pero ni siquiera logro descifrar,
si conocí la soledad por elección o porque no tenía otra opción, como suceden
muchos de los acontecimientos que rodean siempre la vida del ser humano.
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