En mi cabeza
habitamos varios, a parte de mí, existen varias voces que no logro acallar, yo
les llamo demonios, pero mi psicóloga les llama traumas.
25 años me han
acompañado y han hecho de mi cabeza su hogar: está el demonio verde enmascarando
lo que no se puede conseguir, el demonio azul diciendo constantemente lo
insignificante que soy en la vida de los demás, el demonio rosa grita que no
existe alguien que sea capaz de soportarme, el demonio naranja susurra
constantemente que soy culpable de los problemas que me rodean, el demonio
amarillo no soporta ver que a veces lleguen rayos de luz a mi vida y el demonio
rojo (¡a ese sí que le temo!) que me acecha con una voz suave y pasiva,
diciendo día a día que ni soy merecedora de amor propio.
Luchar contra
ellos ha sido una tarea difícil de asumir, me han llevado al fondo de un
precipicio que no pareciera tener salida y, aunque no todos me hablan al
tiempo, siempre hay al menos uno o dos que no se callan, que me mantienen en un
estado constante de alerta y desconfianza con mi mundo interno y con el mundo
externo. Ya había mencionado a mi psicóloga, ¿cierto? Pues ella dice que solo
yo tengo la capacidad de quitarles el poder que han ganado con tantos años
habitando en los rincones de mi mente, pero ante ellos me siento como una niña
de 8 años… La niña que era cuando empezaron a aparecer y me hicieron creer
todas las historias que me contaban, reforzando y agrandando todo lo que pasaba
en mi exterior.
Es curioso que
le tema más a mi mente que a las maldades del mundo y solo deseo que la terapia
le de suficiente valor a mi niña interior para acabar con los demonios con una
espada o una varita mágica, así como en las historias fantasiosas que siempre
me han rescatado un rato.
Solo anhelo que
se callen un rato para poder ser libre
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