Ella es mi peor detractora, lo ha sido desde que tengo memoria, hace lo posible por poner
cientos de piedras en el camino, hasta los senderos tranquilos y planos, parecen montañas
rocosas y afiladas. No suelo ofenderme fácilmente porque las palabras más lascivas y
cortantes han salido de su boca, como cuchillos directo a mi corazón.
Nos conocimos hace muchos años en tiempos de crisis, aquellos donde la desesperanza y
la agonía te consumen por completo, donde la mente está tan desbordada de
pensamientos que se siente vacía, y el corazón parece ausente, como si viviera en otro
cuerpo o no viviera en absoluto. Fue en medio de mis plegarias que apareció ella, rodeada
de un halo de oscuridad que proclamaban tiempos de tinieblas, que irónicamente no me
asustaban porque había pasado ya bastante tiempo desde que no veía la luz. Se dedicó
desde ese entonces a subyugarme ante sus deseos, disfrutaba de mi sufrimiento, de mi
dolor, de mi desesperación, de la profunda soledad que me consumía, y que iba acabando
lentamente con aquello que recordaba ser.
Pasaron muchos años y seguíamos conviviendo juntas, siempre bajo sus reglas y anhelos;
se metía en mi cabeza para lograr sus propósitos, controlaba cada aspecto de mi vida, me
obligaba a tomar decisiones que no deseaba y me alejaba de todo aquel que tuviera
muestras de afecto o cariño conmigo porque afirmaba que el amor no existía y tarde o
temprano revelarían sus verdaderos seres para burlarse de mí. Hacía especial énfasis en lo
ordinaria que era, en que nadie me querría, porque no era digna y merecedora de amor.
Pasé mi vida universitaria pensando en lo prescindible que era mi existencia, rodeada de
un sentimiento de frustración e impotencia que no me permitían alegrarme de mis logros,
que siempre catalogaba como coincidencias o suerte, pero por otro lado, los errores me
llevaban a pasadizos oscuros adornados con retratos de los miles de fracasos que había
experimentado en la vida.
Llegó un momento donde sentí furia, la rabia contenida de años salía a flote
precipitándose por toda la habitación, creando una atmosfera pesada que impedía respirar
bien, donde todo provocaba un impulso violento en mí. Arremetí contra ella con todo el
dolor y la fuerza de mi cuerpo. El espejó cayó al piso hecho pedazos.
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