Érase una vez, un
día común y corriente, todas debíamos cumplir con nuestras labores como siempre.
Hasta que, comenzamos a sentir un sonido y un olor que nos sacó de nuestra
cotidianidad; nos pusimos alerta, nos miramos las unas a las otras, agudizamos
nuestros sentidos para confirmar lo que se venía a continuación. Sin embargo,
en un acto de sutil esperanza y nefasta confirmación, algunas salieron para
corroborar que el momento había llegado.
Ante la certeza,
nos dispusimos a llenar nuestros estómagos antes de huir, pues no teníamos certidumbre
de cuándo ni dónde podríamos volver a hacerlo. Mientras estábamos en esta
tarea, el sonido y olor se sentía cada vez más cercano; hasta que nos invadió
el humo, todo fue muy confuso de ahí en adelante, no podíamos respirar ni ver
bien, se sintieron unos crujidos como si todo nuestro mundo se estuviera
partiendo en pedazos. Algunas salían huyendo, otras se aferraban a su hogar,
otras abrazaban a los suyos. Todo parecía destruirse a nuestro alrededor, todo
lo que habíamos construido y por lo que habíamos trabajado toda nuestra vida se
desmoronaba. No entendíamos que pasaba, ni cuánto iba a durar o si simplemente
era el fin.
No estamos seguras de
cuánto duro esto, nos sentimos indefensas, vulneradas, usurpadas y sin
esperanzas; hasta que, inexplicablemente, nuestro mundo parece que se volviera a
reconstruir, pero no lo hacíamos nosotras, algo, que en un principio nos
despojaba de todo lo nuestro y que no lográbamos identificar parecía que volvía
a poner todo en su lugar; sin embargo, el humo continuaba y seguíamos con
nuestros sentidos alterados. Pero, poco a poco, todo iba volviendo a su
normalidad, incluso, habían zonas que requerían ser restauradas y estaban
apareciendo reparadas, nos fuimos tranquilizando cada vez más y todo retornaba
a la normalidad.
Al final, el sonido
y el humo se fueron haciendo más tenues, nuestro mundo parecía reestablecido, e
íbamos recuperando nuestros sentidos. Cuando todo se había tranquilizado,
empezamos a hacer un balance de nuestro hogar. Nos dimos cuenta que las bodegas
estaban vacías, que nos habían robado, que nos habían dejado a duras penas con lo
necesario para sobrevivir, pero que nuestras reservas para tiempos difíciles
habían desaparecido, que el fruto de toda una vida de trabajo se perdió.
¿Qué se puede
esperar después de una experiencia como esta?
En nuestro caso, la
respuesta fue volver a empezar, volver a retomar nuestro trabajo, ser
resilientes e iniciar nuevamente a construir nuestra tranquilidad, nuestra
dulce tranquilidad, nuestra miel.
Conmovedor relato, logré conectar con ese sentimiento de confusión y de angustia de esos seres que no lograba identificar, hacia el final todo hizo clic y cobró un sentido muy lindo.
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