lunes, 12 de junio de 2023

Soldado advertido no muere en guerra de Andrés Vélez Vélez

Rafael vivía con su mamá en una casita en las afueras de Niquía, por allá, cerquita del fin del mundo. Él se levantaba todos los días para ir a la universidad a clase de diez, menos los miércoles, que le tocaba la clase de seis.

Hace como semana y media Rafael abrió los ojos y se chocó con la profunda oscuridad de la habitación. Desorientado, apenas si pudo liberarse de la sábana, salir de la cama y abrir la puerta. Afuera estaba su mamá, Doloritas, que dice la leyenda ajusta dos siglos sin dormir. Ella lo esperaba con el desayuno mientras lo animaba diciéndole que al que madruga Dios le ayuda. Tras cinco minutos, cuando Rafael se disponía a salir, su mamá se despidió diciendo “va a llover”. Su hijo, al no ver ni una nube se rio y abrió la puerta. “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”, fue lo último que escuchó antes de que Doloritas cerrara la puerta.

Esperando el circular cayó sobre Rafael la maldición de Doloritas, arrasando toda Niquía y dejándola sumida en el caos. La calle estaba emparamada, llena de barro y, para acabar de ajustar, el bus no pasaba. Cuando finalmente apareció, la civilizada horda de gente que iba tarde entró a presión como pudo, pasando por encima de don Ernesto, a quien al día de hoy no han podido despegar de la acera. El bus olía a pechuga de pollo y pony malta, mezclado con perfume. Rafa iba abrazado a una barra con todas sus fuerzas rogándole al Espíritu Santo que el tumulto no lo bajara a las bravas antes de llegar a punto cero.

Transcurridos 55 minutos, Rafael se bajó del bus sin un zapato, pero se bajó, y corrió al bloque 12. Al llegar al salón recibió la notificación del mensaje que sonó como las trompetas del apocalipsis: la clase había sido cancelada. Una lágrima cayó por su mejilla al pensar en el pasaje y en su zapatico. Todo había sido en vano o “eso le pasa por calabaza”, habría dicho su mamá. De repente, sintió una pequeña y cálida mano sobre su hombro. Se volteó y se encontró a Paula, ¡A PAULA! Ella le dijo ¿Tú eres Rafael, cierto?
- Así es, ¿tampoco leíste el mensaje?

-          Nada, me elevé. ¿Será que vamos por un tinto?
La sonrisa de Rafel la hizo reír.

-          ¿Qué pasó? – le preguntó ella divertida.

-          Nada, nada. Es que acabó de salir el sol.

 

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