Se recomienda escuchar: “Qué dirá el santo
padre” de Soledad Bravo
Vengo de una familia con tradición, Virginia,
mi nombre, proviene de la virginidad, la pureza, lo limpio y lo intocable,
cualidades que se esperaban de mi desde el nacimiento, como María concibiendo su
hijo. Tengo una hija, María Paloma, de cabello castaño y unos rulos que la
adornan hasta la cintura, es hija del padre Judas, el párroco de la iglesia de
los mil dolores, aunque para el mundo, es hija de mi difunto esposo el cónyuge
elegido por mi madre en mi adolescencia, un hombre al que nunca pude amar. Paloma
es un milagro, o eso me dijeron, fruto de una devoción insertada por mi madre. En el pasado, desde los doce años hasta los
diecisiete interpreté la imagen de María en las procesiones del pueblo, el
padre Judas me preparaba para el evento meses antes, debía saber permanecer
quieta por horas, con rostro afligido con una o dos lágrimas ocasionales, ya
saben, para que el publico sintiera “el dolor de la virgen”. Judas fue mi
acercamiento a Dios, el perdón de mis pecados, el agua de mi bautismo. Mi religión
fue Judas, detrás de él Dios, o eso me hizo creer, a veces el diablo se esconde
bajo sacras vestiduras y habla con bonitas palabras.
Hoy María Paloma interpretará a María, mi
madre insistió en verla en el papel como cuando yo era una niña; Judas la prepara
hace un mes bajo mi atenta mirada, al inicio la pobre lloraba, eso me recordó
mis tiempos de estatua, debía permanecer tres horas inmóvil, como muerta, como
si fuera una de esas insípidas figuras de yeso, pero ella fue capaz de simular
lo inmóvil, como yo lo fui.
Me preparo desde las seis de la tarde, a las
siete ya estoy caminando tras la caravana que carga a mi hija, son seis hombres
vestidos de hábito con la cabeza baja y la cara hundida en la pena del momento.
Caminé durante tres horas, a las diez recién
pude entrar a la sala que da detrás del salón de la eucaristía, tenía una
sorpresa preparada, abrí todas las hornillas de la estufa, rocié el sofá con un
poco de gasolina y esperé atenta la presencia de Judas. Llegó y tomó asiento en
el comedor que se encuentra cerca al sofá, no se percató del fuerte olor a gas,
al parecer sus alergias le impedían sentir el futuro.
Hace unos días me había comentado que deseaba
limpiar los pecados de mi hija, tal cual como lo había echo conmigo en su
momento, no me separé de ella desde ese instante. Hoy le concedo a él el
nacimiento en fuego bendito, con llamas de mi ira, para quemar el sacrilegio de
sus actos y para limpiarme de su pecado, esperé a que girara su cabeza y se
dignara a mirarme, en ese momento encendí la candela…
Limpios.
Fin.
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