Era primavera y los días de felicidad se acercaban, esos días anhelados en nuestra montaña, todas las criaturas ya sentían los cálidos cultivos retoñando, sin embargo, Sol, no se sentía así, la nostalgia le estaba ganado y todos los recuerdos con sus seres amados hacían que la primavera que se acercaba solo le causara abrumación; los sonidos, los olores y sobre todo los lugares hacían que en su cuerpo y mente empezara el invierno y que muy en el fondo quisiera dormir sin fecha para despertar.
Todos se preguntaban
que le pasaba a Sol, siempre había sido vivazmente feliz, pero su luz se
atenuaba cada vez más. Pasaba más tiempo mirando el portal del charco, el que
todos sabían que era prohibido pasar, el peligro que suscitaba creó un temor
legendario en décadas; sin embargo, Sol siempre iba a ese lugar a escondidas,
la única persona que se daba cuenta de la presencia de Sol, era un anciano que
decían que era brujo, él había sido exiliado de su pueblo natal, a diferencia
del resto de criaturas, Sol se acercaba a él e intercambiaban palabras
-
Buenos días, señor misterioso - decía Sol
-
Buenos días, Sol - respondía el viejo - Tenga mucho cuidado aquí, nadie
me cree, pero, según la intención de quien esté, puede hacer maravillas o
desastres
-
Sí señor, tendré cuidado -
respondía Sol, en todas las ocasiones
Cada vez que el
anciano decía eso, Sol observaba que llevaba consigo trozos de madera
intrigantes, además no lo veía regresar cuando llevaba la madera consigo, esto
la ponía muy pensativa en el camino. Cada vez que volvía a casa, volvía el
invierno y su cuerpo se retorcía cada vez más, probablemente era el camino y
los recuerdos, que hacían que su voz y sus pasos se hicieran más silenciosos.
En el momento cuando
los yarumos y los barrenqueros eran su única compañía y no estaba en ninguna
parte, Sol era feliz, estaba en su propia primavera, con sus pensamientos
desordenados pero confortantes.
En ocasiones podía
hacer de su habitación el lugar detrás del portal del charco y los rayos del sol
iluminaban sus ojos y sonrisa; sin embargo, volvía a la realidad y su
imaginación ocasionalmente no la dejaba reconocer que era real y que no. Un día
en sus viajes reflexivos, pensó que el aciano llevaba la madera para hacer una
balsa y pasar por el portar. Ella también lo iba a hacer, tenía intenciones, y
podría pasar pidiéndole al agua, devolverle a su persona favorita por unos
momentos, para escuchar su voz y darle un abrazo.
Emprendió marcha e
hizo su balsa, cuando llego el día el aciano no estaba y Sol estaba decidida, y
por primera vez en mucho tiempo las demás criaturas veían una sonrisa
completamente genuina en ella. Entró al portal del charco, pero en su euforia y
esperanza, más deseos llegaron, la desconcertaron y la intención fue
tergiversada por ella misma, por la confusión y el olvido, a la felicidad que
algún día empezó a faltar.
Nunca se volvió a
hablar de Sol, pero en el charco empezó a crecer una flor
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