Si me
preguntaras qué hago en mi día a día, muy seguramente no sabría explicártelo,
porque aparte de mi búsqueda frustrada de trabajo, me encuentro en una
constante huida. No sé si escapo de las voces ensordecedoras, de las miradas juzgadoras
o del sinsabor de la vida. Nada me resulta amable, la realidad es bastante
abrumadora y yo no estoy para vacilaciones.
En medio
de la turbiedad, debo reconocer que lo único que me mantiene agudo es la
compañía de Lisa; esa mujer de sonrisa perfecta circunda mi existencia de sol a
sol, sin desdenes, sin pretextos, sin condiciones. Ella se ha convertido en mi
lugar de paz, quien escucha mis quejas y mis reclamos a la nada, mientras
acaricia mi cabello ya menguante. Todo hombre añejo sabrá a lo que me refiero,
y es que la firmeza dura hasta ese contacto piel a piel. Así me sucede, así es
como me envuelvo.
Y sí, mi vida suena a la de cualquier colombiano adulto quien, en su desespero y su desesperanza, halla excusas para alejarse de lo que le “respira en la nuca”. Sin embargo, mis excusas con sabor a señora desaparecieron ayer en la tarde; no sé si Lisa huyó como huyo yo, no sé si se perdió por las calles de mi Barichara, no sé si encontró a un extra. Juro que la tenía en mi pecho antes de dormir, y me parece absurdo que ya no esté conmigo, aun cuando sabe que es lo único que me queda en la vida. El vacío que ahora tengo en el cuerpo se asemeja al de quien se lanza de un avión sin paracaídas, cuya luz se atenúa bajo ningún retorno. Me hundo, me pierdo.
Yo
correría a buscarla si tan solo no estuviera en este cuarto bañado de un blanco
atosigante y el imbécil de mirada fija me soltara las amarras.
Lisa es el
amor de mi vida, pero mi médico alega que es solo una amiga imaginaria.
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