Llegar a
Medellín fue toda una travesía. Las casi 24 horas de viaje fueron una tortura
para el pobre ratón de campo que, en su afán por conquistar al mundo, quiso
probar suerte en la gran ciudad. La primera impresión que obtuvo al dejar la
terminal fue la inconmensurable inmensidad de un conjunto de montañas que se
fusionaban con los bastiones de concreto contemporáneos que trataban de
arrinconar las esperanzas de progreso que el roedor asustadizo traía en sus
cavas de icopor, amorosamente empacadas por una madre orgullosa.
La bienvenida
ofrecida por esta monstruosa metrópolis fue más violenta de lo que el ratón
había previsto. Ir hacia la ratonera que había logrado alquilar por una carreta
de monedas era el siguiente objetivo, pero al llegar, descubrió que la caja de
cemento apenas era más grande que el baño de su hogar allá en el campo. Los
primeros días fueron más agitados que el viaje mismo, para el ratón, recorrer
estas calles era una misión casi suicida, serpentear por las interminables
avenidas y escurrirse entre la multitud para evitar ser consumido por la misma
era todo un desafío para quien solía caminar tranquilo por veredas de tierra.
Un olor muy
particular desprendía las calles de aquí, un olor que solo las deposiciones de
otros seres podrían producir, un olor que se incorporaba en lo más profundo del
ratón. Esta misma situación era paradójica: correspondía a un sistema que
mantenía excremento en las calles y magnates en la cima de torres que pretendían
apuñalar la divinidad del cielo, un cielo que apenas mostraba estrellas en las
noches.
El pequeño ratón
poco a poco perdía la pasión que su hogar le había otorgado, la ciudad
convertía a quienes llegaban, y eso era horrible, pero la peor parte se la
llevaban los seres de aquí, que parecían cascarones que en algún momento
albergaron vida, ahora solo se movían motivados por una ración apenas aceptable
de harina en sus platos, apilados en una lata que los transportaba a no más de
80 kmh, recorriendo calles repletas de basura, acinados en cuartos que denigran
la existencia, expuestos a vientos que corroen el alma y destruyen el ímpetu de
cualquiera. al caer la noche el ratón solo podía escuchar conflictos, disparos
o vehículos que hacían retumbar su cama, dormir no era una opción, y estas
noches de insomnio solo hacían que el ratoncito entrara a una espiral de
pensamientos, miedos y remordimientos que solo lo hacían dudar, quizás esta
ciudad terminaría por convertirlo en un cascaron, o aún peor, podría decepcionar
al hogar que con mucho amor lo había enviado en esta travesía, todo esto solo
afectaba aún más su pobre alma.
Angustiado, solo
y asustado, estas serán las noches para el pequeño ratón... de repente una
melodía sucedida de un vibrar repetitivo sacuden el panorama del ratón, la
pantalla rota de un celular que le habían regalado hace unos años mostraba un
mote con un emoticono de corazón que solo hizo explotar de esperanza el
malogrado corazón del ratoncito, “Mamá <3 llamada entrante“…
Una llamada,
solo eso hacía falta, para rescatar al naufragante ratoncito del agitado mar
que lo ahogaba.
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