lunes, 12 de junio de 2023

Ratón de campo de Michael Arley Figueredo

Llegar a Medellín fue toda una travesía. Las casi 24 horas de viaje fueron una tortura para el pobre ratón de campo que, en su afán por conquistar al mundo, quiso probar suerte en la gran ciudad. La primera impresión que obtuvo al dejar la terminal fue la inconmensurable inmensidad de un conjunto de montañas que se fusionaban con los bastiones de concreto contemporáneos que trataban de arrinconar las esperanzas de progreso que el roedor asustadizo traía en sus cavas de icopor, amorosamente empacadas por una madre orgullosa.

La bienvenida ofrecida por esta monstruosa metrópolis fue más violenta de lo que el ratón había previsto. Ir hacia la ratonera que había logrado alquilar por una carreta de monedas era el siguiente objetivo, pero al llegar, descubrió que la caja de cemento apenas era más grande que el baño de su hogar allá en el campo. Los primeros días fueron más agitados que el viaje mismo, para el ratón, recorrer estas calles era una misión casi suicida, serpentear por las interminables avenidas y escurrirse entre la multitud para evitar ser consumido por la misma era todo un desafío para quien solía caminar tranquilo por veredas de tierra.

Un olor muy particular desprendía las calles de aquí, un olor que solo las deposiciones de otros seres podrían producir, un olor que se incorporaba en lo más profundo del ratón. Esta misma situación era paradójica: correspondía a un sistema que mantenía excremento en las calles y magnates en la cima de torres que pretendían apuñalar la divinidad del cielo, un cielo que apenas mostraba estrellas en las noches.

El pequeño ratón poco a poco perdía la pasión que su hogar le había otorgado, la ciudad convertía a quienes llegaban, y eso era horrible, pero la peor parte se la llevaban los seres de aquí, que parecían cascarones que en algún momento albergaron vida, ahora solo se movían motivados por una ración apenas aceptable de harina en sus platos, apilados en una lata que los transportaba a no más de 80 kmh, recorriendo calles repletas de basura, acinados en cuartos que denigran la existencia, expuestos a vientos que corroen el alma y destruyen el ímpetu de cualquiera. al caer la noche el ratón solo podía escuchar conflictos, disparos o vehículos que hacían retumbar su cama, dormir no era una opción, y estas noches de insomnio solo hacían que el ratoncito entrara a una espiral de pensamientos, miedos y remordimientos que solo lo hacían dudar, quizás esta ciudad terminaría por convertirlo en un cascaron, o aún peor, podría decepcionar al hogar que con mucho amor lo había enviado en esta travesía, todo esto solo afectaba aún más su pobre alma.

Angustiado, solo y asustado, estas serán las noches para el pequeño ratón... de repente una melodía sucedida de un vibrar repetitivo sacuden el panorama del ratón, la pantalla rota de un celular que le habían regalado hace unos años mostraba un mote con un emoticono de corazón que solo hizo explotar de esperanza el malogrado corazón del ratoncito, “Mamá <3 llamada entrante“…

Una llamada, solo eso hacía falta, para rescatar al naufragante ratoncito del agitado mar que lo ahogaba.

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