lunes, 12 de junio de 2023

La violenta vanidad del puma de Jeison Enrique Quiroga Orozco

Decidí no seguir con la exploración de aquella veta aurífera. No después de ese día.

Cruzaba una quebrada y sentí que su caudal aumentó. Sólo recuerdo que llegué hasta la mitad del cruce. Siguiente a eso, desperté tirado en un pastal enorme en la parte alta de una montaña. Al intentar levantarme noté un dolor intenso en mi brazo derecho. Mi hermoso reloj de oro, de alguna forma, había cortado profundamente cerca a mi muñeca, aunque la hemorragia ya se había detenido. Me levanté y miré alrededor. Mis cosas no estaban. No tenía mi teléfono para ubicarme. ¡Pero vi algo magnífico! Era la veta aurífera que estaba buscando. Estaba en un afloramiento de dos metros de alto y siete de ancho. Me acerqué fascinado. La veta parecía un cielo de nubes blancas con gaviotas doradas volando entre ellas. Nunca había visto una tan hermosa. Cuando la toqué, sentí como si alguien estuviera detrás mío. Di la vuelta y, a dos pasos, vi a una mujer desnuda de cabello canoso, pero rostro joven. Su blanca piel contrastaba con aquellos ojos verdes, enormes, y rodeados de largas pestañas. El dolor en mi brazo volvió a sentirse. Ella lo miró. Se acercó lentamente hacia mí, sonriéndome con su pequeña boca de rojos y carnosos labios.

- Hola - pregunté con la voz temblorosa. Ella no respondió. Tomo mi brazo y miró la herida. Me quitó el reloj. Por un momento llegué a pensar que no quería que me lo quitara. Me miró sonriente y luego mordió su mano hasta arrancar un trozo de su piel. Su sangre brotaba sobre su blanca tez. Intenté reaccionar, pero tomó mi mano y comenzó a poner su sangre en mi herida. El dolor comenzó a irse. Lentamente, su sangre dejó de brotar y sonrío. Limpié mi muñeca y ya no había herida. Se apartó de nuevo un paso.

- ¿Quién eres? - pregunté. Ella sólo sonrío, cerró sus ojos, y levantó su cara al cielo. Teniendo mi espalda contra el afloramiento, desde la parte arriba de éste, saltaron dos pumas. Uno era negro y el otro blanco. Corrieron hacia ella. Como si se tratara de trituradoras, comenzaron a devorar a la hermosa mujer. Mi cuerpo no reaccionaba. Sólo pude llorar en silencio mientras veía como le arrancaban cada trozo de piel, cada hueso, cada hermoso cabello, y cada órgano. Al terminar el asqueroso desmembramiento, voltearon a mirarme. Los intestinos de la chica estaban rodeando los cuellos de los pumas como si fueran collares. Sus hermosos ojos verdes colgaban del hocico de uno, como si fueran hermosas joyas mutiladas. Su sangre y su piel parecía ahora ser solo el mortuorio vestido de los pumas.  Comencé a sentir que me faltaba el aire. Los pumas se acercaron a mí y se sentaron uno a cada lado mío, como si me obedecieran. Lo siguiente que recuerdo es estar al otro lado de la quebrada que quería cruzar antes de que todo eso pasara.

Entendí que la tierra es hermosa y que nos dará de su sangre para lo que necesitemos. Pero decidí nunca más volver a ser parte de saciar la vanidad del hombre, mutilándola y asesinándola.

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