lunes, 12 de junio de 2023

Junta intrusiva de Valentina Florez Pérez

Llevaba la cuenta mental de mis varios errores cometidos estos últimos meses; sentada en el escritorio fingiendo que estoy tomando el rumbo adecuado de las cosas y viviendo un sueño ajeno a lo que deseaba en realidad.

Me siento sola, hay un mundo ruidoso y colorido allá afuera, pero me siento sola. He intentado hablarlo con aquellos que me son cercanos y que aprecio, pero temo ser una molestia. 

–Tienes razón… – susurraba chirriante cierta vocecilla desde algún rincón de la casa, o de mis entrañas quizás –Estás sola, completamente absorbida por tu miseria, por tu amargura e insatisfacción por las cosas ¿Acaso no lo mereces? Es el precio que debes pagar por tus repulsivas acciones, por sobrepensar que todos te odian, ¿Pero sabes? Eso debe ser verdad, eres repugnante. 

Me seguía insultando mientras tomaba el lápiz e intentaba hacer trazos técnicos sobre la hoja de dibujo, me fastidiaba cada vez más esta situación.

–¿De qué sirve continuar con eso? Se supone que no quieres ¿Verdad? –interrogó átona y con desgano otra voz –No vale la pena seguir intentándolo, esta no es tu vida. Le estás robando los sueños a otras personas que sí desean esta vida. No tiene sentido esto, ni siquiera tú misma sabes que es lo que quieres, pero entonces ¿Por qué continuas? ¿Tan hambrienta de orgullo y aprobación estás?

Mientras me planteaba a mi misma abandonar el trabajo extendido sobre la mesa, una vocecilla más me bombardeada con preguntas de manera tensa y estresante

–¿Ya hiciste las planchas de esta semana? ¡Recuerda que tienes muy poco plazo! ¿Y el trabajo en equipo? No seas tan irresponsable ¡Sé útil! Acuérdate de la cita de tu papá ¡Si él la pierde estás jodida! ¿Y la exposición de esta materia? ¿Los libros que deberías leer? ¿Recargaste la cívica? ¿El material de biblioteca? ¿Nadie te ha escrito hoy? ¿Llamaste a tu familia? ¿Ya estudiaste matemáticas? ¡Es un colmo que no sepas organizar el tiempo! Ni siquiera te estás esforzando como los otros, solo unos pocos créditos has inscrito ¿No te da vergüenza?

Me sentía agobiada, perdida. No tengo idea a qué voz debo escuchar, pues podrían estar mintiendo, pero también tener toda la razón.

–No hay cosa buena que puedas hacer, –se mofó canturreando otra más –sólo tienes el talento de resignarse ante la vida, no eres buena en esto ¡Pero es lo que hay! Agradecida deberías estar porque te han tenido lástima y han dejado que llegues hasta este punto. De pasión no vives, de tus sueños no vives, y si lo intentas siempre hay alguien que sea mucho más brillante y valioso que tú. Solo eres el bufón que complace a tu linda familia que espera que seas alguien grande y valiosa, pero solo eres una resignada, una cobarde, ¡Cualquier persona merecería más respirar el mugroso aire en vez de ti!

Me dolía el pecho, es mejor no buscar a nadie, no hay necesidad de molestar. Dejé tirado el trabajo y decidí no continuar con ello.

–Quizás viendo algo se me pase, –declaré en voz alta –algún vídeo me hará sentir mejor.

 

 

 


Todo es literatura de Juan Camilo Yepes

Pocas veces pasa que no tenga algún ruido en la cabeza que provenga del exterior, puede ser: the weeknd repitiendo el coro de often por milésima vez ya, o el episodio nuevo de es un crimen o alguna conversación irrelevante y divertida con Rodolfo, sobre algún juego o algun video hilarante visto en el internet. sin importar su origen, está ahí esa cortina sonora entreteniendo mi cabeza. Pero en esas escasas ocasiones que no está ese ruido exterior entreteniendo a mi mente, mi cerebro empieza a generar su propio ruido en forma de una voz. No sé de dónde viene exactamente esa voz. Sólo sé que está ahí, susurrando historias fascinantes en mis orejas, la voz es idéntica a la de Hernan Casciari (mi escritor argentino favorito) esto es así debido a que muchas veces antes de dormir aun con la mente muy despierta me pongo la lectura de sus cuentos para concentrarme en acurrucarme.

Al principio pensé que la voz era un sistema de defensa creado por mi mente en contra del insípido silencio que se generaba por no tener mis audífonos o un amigo cerca, y que solo generaba historias sin más. Hasta que llegó ella: Flor una maestra de preescolar que un día luego de ver la infidelidad de su marido decide matarlo a punta de golpes con un mazo para vengar años de abuso. Ella fue la protagonista del primer cuento que escribí porque sentí que una historia tan dramática debía ser contada al mundo. Luego llegó un joven que entró en un hoyo de amargura cuando descubrió que ir a la gran ciudad no le iba a brindar la vida que soñaba, y con ellos fueron llegando muchos más, que cuanto más escribía, más claro se volvía. Cada palabra que escribo es un pedacito de esa voz, que plasmo, cada historia de dolor , desilusión y  locura que fluye a través de mí . Todo es literatura.

La mujer en el espejo de Tito Sebastian Villanueva Contreras

El aguacero se acrecienta sobre el tejado y siento un cansancio tremendo, pero el frio me obliga a levantarme de la cama, lo primero que veo es a Claire maquillándose frente al espejo, tan bella cada mañana, solo verla hace perfecto hasta el día más lluvioso, le digo lo bonita que se ve y no me responde, debe estar molesta porque escondí nuestro sol vacacional detrás de nubarrones laborales.

A la habitación ingresa Beatriz, me mira por el espejo, sonríe y sale corriendo con brownie, el osito de peluche que le regalamos en su primer cumpleaños. Beatriz a sus cuatro años ha desarrollado la habilidad de hacer todo con una sola mano   ya que el brazo derecho siempre está ocupado con Brownie.

Luego de ducharnos Claire y yo estamos preparando el desayuno en medio de un silencio incomodo, la molesto tomando el cucharon justo antes que ella lo agarre y en el reflejo del estante veo su desconcierto, progresivamente me invade el invierno, pero aparece Beatriz corriendo por la sala y me calienta el alma, se resbala cae sobre Brownie rebotando como un resorte y se me desprende una sonrisa mientras Claire frunce el ceño.

De repente se escucha el motor del bus escolar en frente de la casa, la profesora golpea nuestra puerta y Claire abre, Beatriz me mira moviendo la mano que tiene libre de brownie y sale saltando.  Minutos después Claire y yo subimos al auto, la veo a través del espejo, le pido disculpas por cancelar nuestras vacaciones, pero me ignora y revisa en celular la mejor ruta para llegar a nuestro destino, pero ¿cuál es nuestro punto de llegada?  no se hacia dónde nos dirigimos y no me atrevo a preguntar, además es posible que no obtenga respuesta alguna.

Llegamos a la notaría y en medio de la sala de espera me pregunto si toda la indiferencia se debe a que firmaremos nuestro divorcio, la angustia me invade, el reloj de la pared parece detenerse y al reactivarse ingresamos al despacho, sobre la mesa hay unos documentos y no es el divorcio, es una escritura de venta de nuestra casa. Pienso nunca firmare y se necesita la firma de los dos para venderla, Claire saca un documento del bolso, al verlo quedo atónito, no es necesaria la firma de los dos y nunca firmare, el abogado toma el certificado de defunción, mi certificado de defunción y le entrega el lapicero a Claire, me invade un frio tumular.

Llegan imágenes, el viaje de negocios fue catastrófico, más triste que la muerte es no tener voz y más triste que no tener voz es no saber si se tiene. En algunos momentos podía asegurar que Claire me escuchaba, pero al parecer solo soy un silencio en su cabeza.

Solo descansare en paz en el momento que Claire escuche lo mucho que la amo y el lamento profundo que siento por no ser capaz ni de susurrárselo cuando tenía ese receptáculo de carne y hueso.

Mientras llego a sus oídos seguiré cautivándome cada vez que la vea sonreír en el espejo.

 

 

La foto de Tomas Carrasquilla Linares

Tenía frío en su mirada por su mala costumbre de mirar eventos pasados, por eso, le gustaba observarme, el futuro se había vuelto mi presente en algún momento pasado; y ya no me acordaba hace cuánto.   Bien saben los oráculos y los historiadores que la calma no es fácil de encontrar en este oficio, pero que, sin ellos, la intriga que mece el presente se extinguiría, y hasta el más simple hecho como ver a alguien carecería de sentido.   

 

No se acercaba porque percibía temor en mí; no le temía por cómo me veía, le temía porque ella no me temía a mí y omitía por completo la barrera que construyen los desconocidos al encontrarse en un lugar concurrido.   Su cuerpo, poseído por una seguridad que otorgan los grandes fallos, replicaba los pasos de un peatón que alguna vez vi, hacia mi dirección.   Mientras que yo, inmóvil, apreciaba como un elemento del paisaje se revelaba de su sobriedad y se evocaba ante mi como persona.   

 

El futuro se presenta de muchas formas, la mayoría no las entendemos debido a nuestra baja comprensión de las señales; aun así, los pocos signos que reconocemos por medio de nuestros sentidos los llamamos Dios.   Dios construyó La Torre de Babel en mi mente, voces de distintas lenguas se gritan y se susurran relatando los futuros a los cuales creen merecer estamos destinados.   He aprendido a escucharlas y también les he enseñado a escucharme, por tanto, suelen callar en momentos importantes y soltar como máximo una palabra: “¡Despierta!”.

 

Abro los ojos, y encuentro calor, acostado en una cama examinando mi situación.   La ventana abierta irrumpiendo la monotonía del interior, develaba un espacio habitado.   Los objetos se quedaban quietos si los miraba, pero se burlaban de mi atención cuando no los observaba.    Hasta que la luz cayó sobre las sábanas… se movían sin miedo de ser vistas, como si ya lo hubieran hecho previamente; su forma cambiaba con parsimonia y yo me empezaba a acostumbrar.

 

—¿Volviste a tener el mismo sueño? —me dijo la sábana con voz de mujer.

—Si —respondí con temor a que preguntara.

—Yo también —replicó mientras se movía.

 

Como una mariposa que nunca quiso salir del capullo, nunca se desprendió de sus sabanas, seguía acomodando su forma dentro de los pliegues de la tela.   Y con cada rebelión contra la quietud del espacio, pronunciaba una frase o pregunta que no sabía responder.   No podía dejar de verla, y de alguna forma siento que ella solo me observaba a mi, mientras, relataba historias que mi alma sentía como propias.   

 

Nunca me ha gustado la sensación de olvidar algo, tengo la firme creencia de que el cielo en realidad es un ladrón de sueños y que las nubes solo son bancos de deseos donde se exhiben para que las personas los admiren.   Pero, había algo del misterio que ella portaba que me hacía no darle importancia; y había algo de su calor, que se asemejaba al sol que iluminaba las nubes, dándole vida a esas memorias.   Nunca pasó por mi mente liberarme de la intriga, y por lo que veía, a ella tampoco, sabía que me enamoraba y que caía más profundo en mi ser su voz con cada palabra que me decía.

 

—Tienes que volver a dormir y hacerle más caso a la voz en tu cabeza. —dijo como una sentencia a nuestra conversación.

—¿Por qué? —murmuré extrañado mientras que cerraba los ojos.

 

Estaba ahí otra vez, la misma calle, la misma mujer, y el mismo yo.   Silencio, la calle está llena, pero nadie habla, nadie me ve, le hablo a Dios y no me responde.    Silencio, escucho una voz, ¿Dios tiene voz de mujer? Volteo.

 

—¡Tómame la foto! —me dice con emoción una voz conocida.

 

 

La hormiga de Mateo Salazar Hoyos

Fue en el último año de bachillerato. Entre ceremonias, exámenes y decisiones que pesaban toneladas, la hormiga, con sus seis patas, caminó por primera vez. Mis escuálidas piernas y rodillas curtidas sirvieron de puentes, los treinta y tres escalones de mi espalda (de los cuales tres nunca se recuperaron por su peso), trepados en menos de dos meses. Aquella pequeña obrera se había ganado la lotería: una casa libre de renta y con suficiente comida para evitar la incertidumbre de la hambruna que trae la salud mental, una casa con siete cuartos y dos ventanas, perfecta para vivir durante años con toda su colonia.

La hormiga se volvió mi mascota, parte de mí. Alucinaba con poder ver su reluciente armadura, tan oscura e imponente, a través del reflejo de mis ojos cuando lograba encontrarme frente a un espejo. Pero no dudaba del peso de su caminar cuando se levantaba luego de tantos minutos impares de sus siestas matutinas, y su característico hormiguear que nublaba todo atisbo de razón dentro de mí, dejando solo jaquecas y cascadas enojadas. Dos pulmones compartidos no eran suficientes para ambos, pero ella era más fuerte y el aire nunca le faltaba, al fin y al cabo, se gestó en una pupa durante dieciséis años: cuerpo de obrera, espíritu de torturadora.

Desde entonces, llegó la colonia, las pupas estallaron y la hormiga que una vez era un pequeño insecto molesto, ahora era un hormiguero. La vida se paralizó, las hormigas habían creado su civilización dentro de mí, yo no era más que un espectador de su mundo miniatura. Aquellos parásitos, que comían de la cordura de mi mente, se adueñaron de mi nombre y mi apellido, y así, olvidé quién era. El tiempo pasaba, pero los días se atascaban en el futuro incierto de una vida no vivida, y en el comer de las hormigas, que masticaban mis pensamientos como roedores que no sueltan la carroña que encuentran en el basurero. Su pequeño caminar, de un lado para otro, me hacía rechinar los dientes, ¿y su más intenso detalle?, aquel imperceptible chirrido que hacían al mover sus antenas, juro que podía escucharlo claro como el agua cuando el silencio se adueñaba del mundo exterior; sentía que emergían conversaciones de aquellos movimientos, palabras no pronunciadas que entre susurros anunciaban la catástrofe que sería el devenir y el espectáculo de culpa que fue el pasado.

Los años pasan y el tiempo se agota, y la paciencia no aguanta con el peso de una colonia. ¿Es posible hacerles frente a tan organizados animales? Aún me pregunto si alguna vez se irán por completo, porque, aunque el aire ya no falta como antes y su jornada laboral ha disminuido, sus pequeños murmullos aún viajan impulsados por la duda hasta mis oídos, y su hormigueo se extiende por la piel que toca las gotas de sudor que tan meticulosamente ellas han preparado.

Es entonces la vida un juego de poder entre ellas y yo, donde quien tiene el control gana, y quien se rinde, dona su cuerpo a la infestación sin retorno de un animal de seis patas, la hormiga.

El silencio que callaron las bestias de Luis Felipe Castaño Tenorio

Ya es tarde y mi papá se va a enojar – pensaba –

Me van a regañar – se imaginaba -

Estamos lejos de la casa – se decía –

¿Adónde iremos? – se preguntaba –

Malditos, malditos arrogantes que se creen dueño del mundo, de la verdad, de todo, los odio y seguro me van a matar.

Tengo hambre, maldita sea. ¿Para que salí? si me hubiese quedado en la casa ya estaría comiendo, seguro mi mamá hizo guiso de gallina. Yo la vi en la tarde cuando cogía una del patio y la amarraba en la troja, a que esperara el cuchillo degollador que la mataría, trágica similitud conmigo que voy amarrado al mismo destino.

Debo escaparme, correr, correr hasta que las piernas no me den más, prefiero morir de cansancio y no que me maten estos cobardes hijueputas.

 Es muy riesgoso, sí, pero igual me van a matar. Debo decidir rápido. No me quiero morir, no quiero.

Quiero ver las tardes, caminar los caminos, nadar las aguas, sentir el sol, vivir. Extraño todo y ahora recuerdo todo. Quiero llorar, pero no puedo. Nunca había sentido esto; en las piernas, en el estómago.

Casi no veo, ya es de noche, es oscuro, no veo nada, este silencio es cada vez más profundo…

De repente, un sonido duro que no escuchó y una oscuridad eterna que lo arropó callaron a Francisco Juan, que a sus 17 años jamás habló y nunca escuchó más allá de sus pensamientos, ruidosos a mas no poder, hasta que unas bestias los calló para siempre, por la razón estúpida de no responder una pregunta que le era imposible escuchar.

 

Un último susurro de Andrés David Zapata Sepúlveda

Quiero contarte la historia de la mente de alguien especial, alguien cuya conciencia era una fuente inagotable de bondad y creatividad. Desde el principio, habitaba en su cabeza el amor y la felicidad. Pero el destino tenía otros planes. Sin motivo aparente, surgieron en su mente otras voces, y con ellas un caos infernal. Estas nuevas voces eran más agresivas, más temerosas, y luchaban sin piedad por imponer su voluntad sobre la conciencia, y sobre el cuerpo. Se desató una lucha, en la que las voces se enfrentaban entre sí, y donde las sombras parecían ganar. La mente se convirtió en un campo de batalla donde solo reinaba la confusión y el dolor, y que dejaría profundas cicatrices en su ser.

Pero un día, entre tantas voces que habitaban en su mente, surgió una nueva. Esta era muy diferente a las demás. Esta voz tenía un propósito: poner fin a la injusticia, el sufrimiento y al caos. Poco a poco, esta voz pacificadora comenzó a tomar el control del mundo exterior, mientras más voces aparecían. La conciencia perdía poder y empezó a emerger aquella voz. Para esta voz era necesario erradicar cualquier vestigio de bondad y amor que aún habitara en la conciencia, pues la misma se encontraba cegada por las aspiraciones de un mundo injusto que lo llevó a esa situación. Sin embargo, la conciencia se resistía y no era capaz de entender que la voz solo buscaba la paz.

Un día, de manera repentina, la voz atacó. Fue rápida y decidida, tomó control del cuerpo y obligó a este a tomar múltiples pastillas recetadas por el psiquiátrico. Sabía que esa era la única forma de cumplir su objetivo, llevar la historia de este ser a un sueño eterno. Y así, en la profundidad de la mente, la conciencia se encontraba en un estado de calma inquietante. Las voces habían desaparecido, y solo una presencia permanecía en ese espacio vacío: yo. Ahora, yo podía ver a través de sus ojos, sentir lo que él sentía y pensar lo que él pensaba. En ese lugar reinaba la paz y el silencio, se acabó la injusticia, el caos y el sufrimiento.

Sí, leíste bien. Yo, soy la voz que te susurra al oído en los momentos más oscuros. Soy la que te lleva al abismo final, pero también soy la que te da la paz eterna. No me culpes, no pude evitarlo. Solo soy una de las muchas voces que habitan en cada ser humano, y a veces, somos nosotros mismos los que nos convertimos en nuestro peor enemigo. Así que, te ruego, no me juzgues por lo que hice. Acepta tus voces, trabaja con ellas y no dejes que ninguna de ellas te domine por completo. Yo, por mi parte, seguiré susurrando en otros sueños, esperando a que llegue el momento en que me necesites para darte un último susurro.

Atentamente,

La muerte.

 


Cuentos participantes

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